Por: Julián Ceballos
Colombia no exporta discursos ni ideologías, exporta café, petróleo, carbón, flores y banano. Y esos productos tienen destino claro: Estados Unidos compra casi un tercio de lo que producimos, Europa sostiene buena parte de nuestra agroindustria, y Canadá se consolida como socio estratégico. Esa es la realidad dura de nuestra economía.
Por eso resulta contradictorio que el presidente Petro use tribunas como la Asamblea de Naciones Unidas para lanzar una guerra mediática contra Estados Unidos y cuestionar a las potencias occidentales. En el papel puede sonar revolucionario, pero en la práctica es un suicidio económico. Porque mientras se exaltan dictaduras sudamericanas que no figuran entre nuestros compradores —ni Palestina, ni Cuba, ni Venezuela, ni siquiera Rusia— se debilita la confianza de quienes sí mantienen viva nuestra balanza de pagos.
La pregunta es inevitable: ¿queremos un presidente activista o un presidente que gestione?
El activismo tiene su lugar. Es motor de cambios sociales y culturales, incluso ambientales. Pero la presidencia de la República no puede confundirse con una tribuna de protesta. El activismo suele estar reservado para quienes ya lo tienen todo: tiempo, dinero, patrocinios, libertad para viajar a los glaciales a protestar contra el cambio climático. La mayoría de los colombianos no tenemos esos privilegios. Lo que sí tenemos es la urgencia de ver instituciones que funcionen, empresas que produzcan y líderes que administren con inteligencia.
La tarea de un presidente no es dinamitar los procesos que con años de esfuerzo nos han dado un mínimo de desarrollo, sino fortalecerlos. No se trata de negar los conflictos del mundo, se trata de entender que nuestro papel es otro. Colombia necesita un presidente que abra puertas de confianza con sus socios estratégicos, no que las cierre con discursos incendiarios.
Si yo fuera presidente, me preocuparía menos por el megáfono en escenarios internacionales y más por asegurar el flujo de caja de los empresarios, porque son ellos los que generan empleo, pagan impuestos y sostienen la inversión social. Les pondría menos trabas para competir y más incentivos para innovar. Porque cualquier país quiere lo que Colombia produce: commodities con historia y potencial de valor agregado. Esa es nuestra carta de presentación al mundo.
El activismo sirve para agitar las aguas. La gestión sirve para que un país navegue. Y hoy, más que nunca, Colombia necesita timón, no megáfono.