El cardenal estadounidense Robert Francis Prevost fue elegido como el Papa número 267 en la historia de la Iglesia católica, adoptando el nombre de León XIV, tras un cónclave que se resolvió en la cuarta votación.
La elección fue anunciada por el cardenal Dominique Mamberti, desde el tradicional balcón central de la Basílica de San Pedro, con el clásico “Habemus Papam”, ante miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro. Minutos después, el nuevo pontífice impartió su primera bendición “urbi et orbi”, marcando el inicio de una nueva etapa en la historia de la Iglesia.
Nacido en Chicago, Estados Unidos, en 1955, Prevost ingresó a la Orden de San Agustín y fue ordenado sacerdote en 1982. Su vocación lo llevó a Perú, donde sirvió como misionero durante casi veinte años, desempeñándose como párroco, formador y luego como superior regional de los agustinos. Allí se consolidó como un defensor del diálogo intercultural y los derechos de las comunidades indígenas.
Su labor en América Latina llamó la atención del Papa Francisco, quien lo nombró obispo de Chiclayo en 2014. En 2023, fue designado como prefecto del Dicasterio para los Obispos, una de las posiciones más influyentes en la Curia Romana, desde donde lideró procesos de selección episcopal con énfasis en la transparencia y la renovación eclesial.
Prevost también es reconocido por su perfil académico: es doctor en Teología y ha enseñado en diversas universidades católicas.
La elección de León XIV ha sido interpretada por analistas como una señal de continuidad con la línea pastoral de Francisco, pero también como un gesto hacia la internacionalización y modernización de la Iglesia, en momentos donde se debaten reformas internas y la necesidad de mayor apertura frente a los retos del mundo contemporáneo.
El nuevo Papa, el primero estadounidense en la historia, asume en un contexto marcado por tensiones geopolíticas, crisis sociales y una urgente necesidad de reconectar con los fieles más jóvenes. Su experiencia en América Latina y en los círculos de gobierno vaticano lo perfilan como una figura de equilibrio entre la tradición y el cambio.