Disparos en silencio

Por: Julián Ceballos

Sábado en la tarde. Miguel Uribe Turbay cae herido tras recibir tres disparos durante un evento público en Bogotá. Un menor de edad lo ataca, y en minutos la escena se convierte en tendencia nacional. ¿Una agresión espontánea? ¿O un golpe quirúrgico disfrazado de caos?

Durante semanas, el senador había denunciado la negativa del Estado para reforzar su esquema de seguridad. Hasta 20 veces pidió apoyo. Todas fueron ignoradas. La respuesta oficial fue una de las frases más frías del poder: “no hubo voluntad de coordinación”. ¿De quién?

Pero la historia no empieza ahí. El primero de mayo, el presidente Gustavo Petro, desde la Plaza de Bolívar, declaró públicamente una consigna que estremeció: “Libertad o muerte”. A espaldas del Congreso, sin aval de la Corte Constitucional, anunció una consulta popular por decreto. Quien no firmara el documento, saldría del gobierno. Lo dijo sin temblar.

Esa misma semana, Miguel Uribe había sido uno de los principales opositores a ese decreto. Incluso, un mes después, anunció demandas contra los ministros que lo firmaran. Horas después a este anuncio, alguien intentó silenciarlo.

¿De verdad fue un acto aislado? ¿O estamos frente a una operación mucho más compleja, donde la violencia política regresa maquillada de espontaneidad?

La Fiscalía confirmó que no fue un ataque improvisado. Hubo coordinación, cómplices, un plan de escape. Nada de rabia juvenil. Todo apunta a un encargo. ¿Quién mueve los hilos?

En paralelo, mientras los noticieros hablaban del atentado, el gobierno avanzaba con su decreto. Petro insistió: si la consulta no pasa, reformará la Constitución. Como si el atentado no hubiese sido un punto de inflexión, sino una oportunidad para acelerar la polarización.

No es la primera vez que el poder aprovecha el caos. No sería el primer país donde el miedo se vuelve estrategia. ¿Y si el atentado no fue solo un atentado, sino un mensaje? ¿Un ensayo? ¿Un aviso?

Colombia ha vivido muchas conspiraciones disfrazadas de errores. Hoy, con la democracia en tensión, el miedo en aumento, y la institucionalidad agrietada, la pregunta que flota en el aire es simple y brutal:

¿Quién está detrás del disparo? ¿Y para quién trabaja?