¿Por qué marchamos en silencio?

Por: Eliana Úsuga

Este domingo, miles de colombianos volvimos a salir a las calles, esta vez en silencio, pero con una convicción profunda: la de decir que estamos cansados.

Cansados de la violencia, del miedo, del dolor que no cesa. Cansados de ver cómo quienes respetamos la vida, quienes trabajamos honestamente, quienes queremos quedarnos en este país, parecemos no tener herramientas para oponernos al horror que sigue creciendo a nuestro alrededor.

La “Marcha del Silencio” fue un acto simbólico, pero sobre todo fue un grito contenido de millones de personas que no empuñamos armas, que no queremos más muertos, que no creemos en la guerra como salida, que queremos vivir.

Marchamos por Miguel Uribe, por los policías asesinados, por los soldados que nos cuidan, por los niños de las regiones más apartadas que siguen naciendo en medio del fuego cruzado.

Marchamos porque no queremos los grupos armados, porque no queremos repetir la historia.

No sé si las marchas sirvan para cambiar decisiones políticas o torcer el rumbo de los violentos. No sé si el poder de una multitud en la calle alcanza para derrotar al miedo. Pero sí sé que es la única herramienta que nos queda a los colombianos buenos para decir “aquí estamos”. Para no resignarnos. Para recordarle al país, y a nosotros mismos, que aún creemos en la vida, que aún creemos que Colombia puede ser distinta.

Recuerdo la marcha del 4 de febrero de 2008, cuando millones de voces se alzaron contra el secuestro. Fue una movilización histórica que mostró la fuerza de la indignación pública ante los crímenes de las FARC. Hoy, 17 años después, estamos otra vez marchando, el dolor es el mismo. A veces parece que no avanzamos, que caminamos en círculos.

Pero quizá esta es precisamente la razón por la que no podemos dejar de caminar.
Necesitamos mucho más que marchas, claro.

Necesitamos mínimos compartidos, una ética común, una apuesta nacional por la vida y la dignidad. Necesitamos un Estado que escuche, una política que no se rinda al chantaje ni al populismo, y una sociedad que no le abra espacio a ningún grupo armado, venga del color que venga.

¿Sirven las marchas? No tengo la certeza. Pero por lo menos nos desahogan. Nos recuerdan que no estamos solos. Que no somos pocos. Y que todavía hay esperanza. Porque mientras haya colombianos que se atrevan a caminar en silencio por la paz, este país todavía puede salvarse.

Colombia nos necesita. Y nosotros necesitamos seguir creyendo que vale la pena quedarse. Aunque cueste. Aunque duela. Aunque haya que marchar una y otra vez.