Por: Eliana Úsuga
Si algo ha entendido muy bien la izquierda es que quien controla las palabras, controla también las emociones, los discursos y, eventualmente, las decisiones de los más ingenuos.
Vivimos en una época donde ya no hay secuestros, sino “retenciones temporales”. Ya no existe la guerrilla, ahora son “el ejército del pueblo”. Y la cocaína ya no es la base del narcotráfico sino una “mata ancestral” tampoco hay criminales, sino “personas en proceso de rehabilitación”. Decir “envidia” suena mal, pero si lo llamas “justicia social” ya parece noble. A los vándalos se les rebautiza como “Primera Línea” y la censura a los medios se disfraza de “lucha contra la desinformación”.
Y no es que haya una evolución del lenguaje sino es una estrategia política, premeditada y eficaz. Una operación semántica que busca suavizar lo inaceptable, romantizar lo ilegal y disfrazar lo ideológico de “sentido común”. Porque claro, decir “impunidad” suena provocador. Pero si se dice “paz total”, ¿quién podría oponerse a eso? Cambiar el nombre no cambia el fondo, pero sí manipula la forma en que lo percibimos.
Detrás de cada término cambiado hay un cálculo emocional. Si usted llama “empresario” al que genera empleo, difícilmente alguien lo odiará. Pero si lo llama “megarrico”, ya activó el resentimiento, ya sembró la división. En ese nuevo diccionario, el que emprende es opresor y el que invade tierras es una víctima del sistema.
La izquierda ha entendido que la guerra cultural no se libra con argumentos, sino con etiquetas. Ellos no debaten, reetiquetan. No combaten ideas, desactivan palabras. Porque una vez que logran imponer su lenguaje, la batalla ideológica está medio ganada. Y lo hacen tan bien que las personas terminan repitiendo su vocabulario sin notarlo.
El problema es que cuando el lenguaje se pervierte, la verdad desaparece. Y cuando la verdad desaparece, los ciudadanos terminan tomando decisiones políticas sobre ficciones emocionales, no sobre hechos concretos. Esa es la verdadera victoria del progresismo: no gobernar mejor, sino narrar mejor.
Hoy más que nunca necesitamos recuperar el valor de llamar las cosas por su nombre. No por nostalgia,m, sino por una razón mucho más urgente: sin verdad no hay justicia, y sin justicia no hay libertad, sin libertad habremos perdido el país
¿Y usted? ¿Cuántas palabras maquilladas ha detectado en los discursos que escucha todos los días? Escríbame. Hagamos el ejercicio juntos: destapemos el diccionario progresista, palabra por palabra