Colombia está huérfana y Petro cada día descubre más su odio por el país

Opinión por: Julián Ceballos

Colombia atraviesa una crisis de gobernabilidad sin precedentes, marcada por la inestabilidad institucional, el desgobierno y una creciente desconfianza en quienes dirigen el destino del país. El presidente Gustavo Petro, en lugar de asumir el liderazgo que el cargo demanda, parece decidido a alimentar la incertidumbre con sus ausencias y decisiones erráticas.

En menos de un año, Petro ha realizado 20 viajes internacionales, acumulando aproximadamente 60 días fuera del país. Francia, Venezuela y Dubái han sido algunos de sus destinos recurrentes, mientras en Colombia se agudiza la violencia en el Catatumbo, la infraestructura vial sigue en crisis, las relaciones diplomáticas con aliados estratégicos se deterioran y su gabinete ministerial se desmorona. Que viaje o no, ya no es sorpresa; lo alarmante es que lo haga cuando el país más necesita dirección.

Su gobierno se ha caracterizado por una inestabilidad constante. Recientemente, Juan Fernando Cristo renunció al Ministerio del Interior, sumándose a las salidas de las ministras de Ambiente y Trabajo. Estos cambios no son simples relevos; evidencian una fractura interna que se agravó con la llegada de Armando Benedetti como jefe de despacho. El mensaje es claro: en este gobierno no se premia la gestión, sino el conocimiento de secretos incómodos.

La combinación de un presidente ausente y un gabinete en constante remezón impacta directamente la confianza institucional. Pareciera que Petro quiere gobernar a través del caos, promoviendo un escenario de crisis permanente que le permita posicionar su narrativa de cara a 2026. Una estrategia política que bien podría ser materia de análisis en futuras columnas, especialmente considerando el rol de figuras clave como Francia Márquez, Susana Muhamad y el mismo Juan Fernando Cristo, quienes, aunque enfrentados, representan a distintos sectores de una izquierda que busca perpetuarse en el poder.

Históricamente, Colombia ha defendido sus instituciones, entendiendo que las personas pasan, pero las estructuras democráticas deben permanecer. Sin embargo, cuando un gobierno se levanta desde la subversión con la excusa del cambio, se hace difícil sostener esos legados históricos. El problema no es el cambio, sino el método: erosionar la institucionalidad para imponer un proyecto personalista y arbitrario.

El vacío de poder es evidente. Las decisiones erráticas del gobierno han profundizado la incertidumbre, debilitando la confianza de la ciudadanía en las instituciones del país. La pregunta es: ¿hasta cuándo permitiremos esta deriva?

Mi invitación es a recuperar la confianza institucional, a no caer en el juego de la polarización que Petro alimenta con su ausencia y su discurso incendiario. Colombia no necesita un gobierno errático, sino liderazgo, estabilidad y respeto por sus instituciones.