Por: Eliana Úsuga
Esta semana, Gustavo Petro volvió a hacer lo que mejor sabe: buscar enemigos para distraer al país de los problemas que lo acorralan. Y, como ya es costumbre, su blanco favorito fue Antioquia.
Mientras la Corte Suprema le pide al Congreso que investigue si su campaña presidencial se voló los topes, la Fiscalía acusa a su hijo, Nicolás Petro, por nuevos delitos cometidos cuando era diputado del Atlántico. A eso se suma que la misma Corte solicitó indagar a Guillermo Jaramillo y a Ricardo Roa por las irregularidades en la cuenta de “Petro Presidente”.
Todo esto ocurre mientras el mandatario intenta borrar de la memoria su polémico viaje a Manta y el escándalo de corrupción que salpica a su amigo y jefe político, Carlos Ramón González, en la UNGRD. Y, como siempre que la realidad lo aprieta, Petro busca desviar la atención: dispara contra Sura, contra EPM, contra la ANDI, contra el llamado “grupo empresarial antioqueño” que ya ni existe como tal, y también contra el alcalde, el gobernador… en fin, contra todo lo que huela a Antioquia.
Pero,¿por qué esa fijación? Porque necesita un enemigo. Petro entiende la política como una guerra de relatos, y sin adversario no hay historia que contar. Hoy su narrativa se desmorona. La famosa “paz total” está empantanada y su discurso internacional también perdió brillo. Se le vino abajo el relato de adalid de la causa palestina, justo después de que Donald Trump diera el primer paso hacia un acuerdo de paz.
Cada trino agresivo, cada ataque a Antioquia, cada discurso incendiario hace parte de esa estrategia: desviar la atención. Petro no quiere que hablemos de la corrupción en su gobierno, de las promesas incumplidas ni de la inseguridad que crece. Quiere que nos distraigamos discutiendo si los antioqueños son el problema, si las empresas son las malas del paseo o si el país entero lo está saboteando.
Cada ataque revela su miedo. Miedo a que se descubra la verdad, miedo a perder el control, miedo a dejar de ser protagonista. Podrá intentar desviar la atención todo lo que quiera, pero Antioquia no se deja. No se deja dividir, ni confundir, ni utilizar como excusa política. Aquí no nos gobiernan los trinos, ni las cortinas de humo. Aquí manda el trabajo. Esta región tiene demasiado carácter como para dejarse amedrentar por un presidente en crisis. Petro pasará, y Antioquia seguirá en pie.