5 precandidatos presidenciales tiene el Centro Democrático y recorren el país en foros regionales. Miguel Uribe parece no estar conforme con el mecanismo de elección.
Frente a los repetidos desaciertos del presidente Gustavo Petro, quien llegó al poder con la promesa de un cambio de modelo de gobierno hacia uno de corte progresista, los políticos de derecha —y aquellos que se han sumado a esta línea ideológica tras observar sus avances en otros países— se frotan las manos ante la posibilidad de convertirse en sus sucesores antipetristas en la Casa de Nariño.
El Centro Democrático representa hoy la mayor fuerza política opositora al gobierno, con cinco precandidatos que aspiran a portar las banderas del expresidente Álvaro Uribe. Para ello, se definió un mecanismo mediante el cual los aspirantes deben presentarse ante el país. Surge entonces la pregunta: ¿están todos dispuestos a respetar las reglas del juego que se establecieron para la elección del candidato o candidata del CD?
Una cosa es clara: la derecha, por su propia inclinación hacia el individualismo aristotélico y la promoción del libre comercio, suele enfrentar dificultades para unirse en torno a una causa común. La competencia y la búsqueda de objetivos particulares tienden a imponerse sobre el bien colectivo, lo que termina por desgastar las estructuras partidistas y debilitar los procesos internos. De forma casi maquiavélica —y no muy distinta a las polémicas palabras del asesor Guanumen durante las elecciones de 2022—, se puede llegar a correr la línea ética con tal de alcanzar las metas establecidas.
Hasta ahora, la información oficial indica que, en cumplimiento de ese mecanismo, el partido recorre el país junto al expresidente Uribe en “Foros Regionales” para que, en igualdad de condiciones, cada precandidato exponga sus cualidades. Cuatro de ellos han respetado ese acuerdo: Paloma Valencia, Paola Holguín, Andrés Guerra y María Fernanda Cabal. En contraste, el precandidato Miguel Uribe parece no alinearse a esta estrategia: el pasado 5 de abril realizó una convocatoria masiva en la que, implícitamente, dio por cerrado el debate y se presentó como el llamado a representar al partido. Un pronunciamiento contundente, especialmente porque se dio en la tierra natal del fundador del movimiento, quien además no asistió al evento.
En contraste, días antes tuvo lugar una masiva reunión en la ciudad de Bello, en la que la bancada del CD hizo un llamado a la unidad partidista con un objetivo común: “salvar al país del progresismo y la izquierda”, según palabras de varios congresistas, diputados y concejales presentes. En esa ocasión se criticó fuertemente a quienes anteponen disputas locales y ambiciones personales al interés del país. Sin embargo, apenas dos semanas después, varios de los que hicieron esos llamados a la unidad participaron en el evento de Miguel Uribe. Algunos lo hicieron en abierta adhesión a su campaña; otros, justificándose con su disposición a asistir a eventos de todos los precandidatos. Lo que sí es evidente es que no fue un evento unificador: entre los ausentes destacaron nombres como Juan Espinal, Hernán Cadavid, Paola Holguín, Andrés Guerra, así como otros diputados y concejales que, probablemente, están a la espera del Foro de Antioquia, el espacio estipulado por las reglas internas para el debate.
Hace apenas una semana, el concejal de Medellín Andrés Rodríguez —”el Gury”, abiertamente promotor de la senadora Cabal— convocó una marcha a la que asistieron más de diez mil personas movilizadas por una sola consigna: defender a Antioquia frente a los ataques del gobierno central. La asistencia fue espontánea, sin transporte financiado, puro sentimiento paisa. El protagonista fue el expresidente Uribe, quien exaltó la defensa decidida del Gury y permitió que los representantes a corporaciones presentes se manifestaran. Participó la precandidata Holguín; sin embargo, en un gesto de respeto al proceso, el Gury no invitó a la senadora Cabal.
La campaña agresiva de Miguel Uribe ha generado un profundo malestar entre sus compañeros de contienda. Se perciben sus movimientos como señales de inexperiencia y ansiedad por tomar ventaja. Valencia y Cabal han cuestionado la ética de Uribe Turbay desde que este encabezó una encuesta presuntamente manipulada en 2024, y Holguín ha sido reiterativa al pedirle que “deje el afán”. Todo esto ha provocado fisuras internas que podrían debilitar al partido de cara a las elecciones de 2026.
La pregunta del millón es: ¿qué piensa el expresidente Uribe? Si fue él quien estableció el mecanismo de los foros regionales, ¿estará de acuerdo con lo sucedido el 5 de abril? ¿Su ausencia en el evento es una señal de desaprobación?
Finalmente, surge la incógnita: si Miguel Uribe no resulta elegido como candidato, ¿aceptará la decisión del partido y apoyará a quien sí lo sea? La situación actual parece haber unido a Valencia, Holguín y Cabal. Pero si él decide no adherirse a la línea oficial y tomar otro camino, ¿qué harán quienes lo han respaldado? ¿Seguirán su liderazgo, acatarán la disciplina y serán leales al partido, o continuará la fragmentación de la oposición antipetrista en función de intereses personales?