El Parlamento de Irán ha aprobado este viernes el cierre del Estrecho de Ormuz, en respuesta directa a los ataques militares lanzados por Estados Unidos contra sus instalaciones nucleares. La medida, que aún debe ser ratificada por el Consejo Supremo iraní en las próximas horas, representa un punto crítico en la escalada de tensión entre Teherán y Washington, y podría poner en jaque el comercio global de energía.
El estrecho de Ormuz es una de las rutas marítimas más estratégicas del planeta: por allí transita cerca del 20% del petróleo mundial, con un valor estimado en 1.000 millones de dólares diarios. Su posible cierre representa un golpe directo al suministro energético global, especialmente para Asia, cuya dependencia del crudo del Golfo es absoluta.
La ofensiva estadounidense, liderada por el Presidente de los Estados Unidos de America Donald Trump, destruyó por completo las plantas nucleares de Fordow, Natanz e Isfahán. En respuesta, el régimen de Khamenei ha decidido endurecer su posición. Según la televisión estatal Press TV, la implementación del cierre se hará efectiva “cuando sea necesario”.
El estrecho, de apenas 33 kilómetros en su punto más angosto, es altamente vulnerable a bloqueos. Las autoridades iraníes barajan una estrategia asimétrica, que evitaría una confrontación naval directa, optando por el uso de minas marítimas y misiles antibuque lanzados desde baterías móviles costeras como los sistemas Ghader y Nasir, con alcances de hasta 300 km.
Sin embargo, el Estrecho de Ormuz es considerado una vía marítima internacional. Legalmente, Irán no tiene autoridad para cerrar el paso, y cualquier intento en ese sentido podría desatar una contundente reacción militar. La Quinta Flota de EE. UU., desplegada permanentemente en Bahréin, ya ha advertido que garantizará la libertad de navegación “cueste lo que cueste”.
El área es fundamental para la economía global: conecta el Golfo Pérsico con el Golfo de Omán y es la arteria por donde exportan petróleo países como Arabia Saudita, Irak, Kuwait, Catar, Irán y los Emiratos Árabes Unidos. China, India, Japón y Corea del Sur serían los más afectados por una eventual interrupción.
Paradójicamente, Irán también se vería gravemente perjudicado, ya que sus exportaciones —y especialmente sus importaciones de bienes esenciales— dependen de este mismo paso. No sería la primera vez que Teherán utiliza esta vía como ficha de presión: en años recientes ha capturado buques de Israel, Estados Unidos, Grecia e incluso petroleros con destino europeo, en represalia por sanciones o confiscaciones de crudo.
Además, sus aliados regionales, como los hutíes en Yemen, han demostrado capacidad para interrumpir el tráfico marítimo en el estrecho de Bab el-Mandeb, que conecta el Mar Rojo con el Océano Índico. Entre drones, misiles y ataques cibernéticos, han logrado reducir hasta un 70% el tránsito en la zona, obligando a desviar rutas por el Cabo de Buena Esperanza.
Con el cierre del Estrecho de Ormuz sobre la mesa, el mundo entra en una fase de alta volatilidad energética. La decisión definitiva del Consejo Supremo de Irán podría conocerse en cuestión de horas, y el impacto geopolítico —y económico— sería inmediato.