Miguel Uribe asesinado, la oposición amenazada y una familia destrozada

Por: Eliana Úsuga

No existen palabras que logren abarcar el vacío de perder a un ser querido. La muerte, en cualquier circunstancia, es desgarradora. Pero cuando esa muerte es producto de la violencia política, cuando no es el destino natural el que interrumpe la vida, sino el odio, la negligencia y la indiferencia de quienes gobiernan, el dolor se transforma en indignación. Eso es lo que hoy sentimos millones de colombianos con el asesinato de Miguel Uribe Turbay.

Colombia volvió a llorar la pérdida de un líder político. Volvió a repetirse la escena que creíamos lejana, la de un país que entierra a sus candidatos mientras el reloj de la historia parece detenido en un ciclo que se niega a romperse. Cada generación ha tenido que presenciar cómo los sueños de transformación se apagan a punta de balas. Y esa es la tragedia de fondo: en este país matar a un opositor se volvió parte del guion.

Este crimen se pudo evitar. Esa es la verdad que nadie en el gobierno quiere pronunciar en voz alta. Miguel pidió seguridad, su equipo pidió refuerzo pero la Unidad Nacional de Protección le cerró la puerta 23 veces. Veintitrés. Como si las cifras de asesinatos políticos en Colombia fueran tan bajas que no justificaran prevención. Como si se pudiera jugar a la ruleta rusa con la vida de un senador, de un precandidato, de un padre de familia.

Pero no fue solo la ineficiencia de la UNP la que lo dejó expuesto. También lo fue el clima de odio. Cuando desde la Presidencia de la República se alimenta el discurso de que la oposición es enemiga, cuando se estigmatiza a quienes piensan distinto, se siembra el terreno perfecto para que alguien decida que el adversario no merece vivir. Ese es el costo real de la palabra irresponsable: tarde o temprano alguien dispara para convertirla en hecho.

Hoy Miguel ya no está, y nada de lo que se diga podrá reparar el daño para su padre, don Miguel; para su esposa María Claudia, para su pequeño Alejandro; para su hermana Carolina; para su equipo de trabajo, que vio truncados los sueños de un proyecto político; y para su líder, el expresidente Álvaro Uribe, quien tuvo que presenciar el sepelio por televisión, privado de la libertad en una detención injusta. El dolor es colectivo, pero para ellos es irreversible.

Ahora, cuando María Fernanda Cabal anuncia que los precandidatos del Centro Democrático retomarán la campaña, la pregunta es inevitable: ¿cuáles son las garantías que tiene hoy la oposición? ¿Qué seguridad real puede tener un político que no es afín al Gobierno? ¿Qué garantías existen para María Fernanda Cabal, Paola Holguín, Paloma Valencia, Andrés Guerra? Qué garantías hay para Abelardo de la Espriella, para Vicky Dávila, para el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, para el gobernador de Antioquia Andrés Julián Rendón, ¿todos ellos convertidos en blancos permanentes de amenazas?  ¿De qué democracia hablamos si solo unos pueden hacer política en libertad, mientras otros deben restringir sus salidas o blindarse como si fueran criminales?

Y aquí surge el interrogante más duro, el que muchos prefieren esquivar: ¿quién asegura que no va a pasarles nada a quienes se atreven a hacerle oposición al Gobierno, a hablar en nombre de millones de colombianos que creemos que la administración Petro es un desastre y que su continuidad es lo peor que le puede ocurrir al país?

La respuesta, por dolorosa que sea, es esta: nadie lo asegura. Ni la UNP, que ha demostrado ser un aparato ineficiente y politizado; ni el propio Gobierno, que en lugar de proteger a la oposición la hostiga con palabras cargadas de odio; ni la justicia, que termina más concentrada en perseguir contradictores que en investigar a quienes amenazan.

Si no hay respuesta clara, lo que estamos admitiendo es que en Colombia la democracia es una fachada, y que la oposición sobrevive más por suerte que por garantías. Y esa verdad debería estremecernos a todos.

A los colombianos solo nos queda orar por la familia de Miguel, sí. Pero también exigir que el Estado deje de ser cómplice por omisión y que la vida de quienes representan a los que pensamos distinto al gobierno de Petro no dependa de un milagro.