Julián Ceballos – Columnista
En Colombia, los cargos públicos, en especial aquellos de alto nivel como embajadores y ministros, deberían estar reservados para los más preparados, con méritos profesionales y éticos que honren la responsabilidad de representar al país. Sin embargo, lo que vemos con creciente frecuencia es la asignación de estos roles como premios políticos, especialmente a quienes han hecho de la crítica o de la rebeldía su único mérito. Esto no solo refleja un retroceso institucional, sino también un profundo irrespeto hacia la nación y hacia nosotros, sus ciudadanos.
La mención del nombramiento de Daniel Mendoza como embajador de Colombia en Tailandia es un ejemplo preocupante; afortunadamente el gobierno desistió de este. Conocido por su documental Matarife y su confrontación directa con gobiernos anteriores, Mendoza sería premiado no por su capacidad diplomática ni por representar los intereses del país en el escenario internacional, sino por su posición crítica y su cercanía al actual gobierno de Gustavo Peteo. Este tipo de decisiones no responden a las necesidades de una diplomacia seria y efectiva, sino a una agenda política que premia el ruido, la misoginia y la confrontación, relegando el verdadero mérito al olvido.
Lo mismo sucede con algunos ministros, como el actual ministro de Educación, cuya falta de formación y trayectoria en temas educativos debería ser motivo de vergüenza nacional. No podemos aceptar que la administración pública, encargada de áreas tan sensibles como la educación o la representación internacional, sea utilizada como moneda de cambio político o como escenario para premiar a quienes desafían o descalifican a adversarios. La rebeldía por sí sola, sin propuestas serias ni capacidades comprobadas, no es un mérito; es una cortina de humo que termina por debilitar nuestras instituciones.
Los colombianos necesitamos, con urgencia, un estándar más alto para los cargos públicos. Los embajadores, ministros y demás funcionarios no pueden ser escogidos por lealtades políticas o gestos de disgusto con un panorama determinado. Se requiere profesionalismo, liderazgo y capacidad real para gestionar y representar al país con dignidad. No se trata de ideologías, sino de responsabilidad. Si seguimos premiando la crítica vacía y la rebeldía sin fundamento, continuaremos condenados a la mediocridad, mientras el país clama por líderes y servidores públicos que honren sus cargos y trabajen por el bien común.
Ahí les dejo de ñapa, lo que ha pasado en Medellín con un gobernante 2020 – 2023 que renunció al cargo, vendió a la ciudad y a sus empresas, deteriorando al segundo conglomerado público de Colombia, favoreció el clientelismo y gobernó por a punta de mensajes en redes sociales. Un modelo político que parece repetirse en el presidente de turno.