Lo que acaba de hacer Gustavo Petro, para que le quiten la visa, es una maniobra calculada. Él lo buscó: a eso fue, a insultar y a hacer todo lo posible por llamar la atención del presidente Donald Trump. Lo tenía en su libreto y lo logró. Cree que, con esta jugada, puede ganar votos, presentándose como el gran rebelde que enfrenta al “imperio”. Pero no es valentía, es un irrespeto a los Estados Unidos y una injerencia directa en los asuntos internos de un país con el que Colombia debe mantener una relación seria y estratégica.
Petro traspasó la línea. Pisotea la diplomacia e instrumentaliza la política exterior para su beneficio político, como si se tratara de una tarima electoral y no de la representación de un Estado. Un jefe de Estado tiene la responsabilidad de proteger los intereses de su nación, no de usar las relaciones internacionales como un show personal.
Mientras Petro posa de víctima, su gabinete y los candidatos del Pacto Histórico celebran la farsa. Presidente Donald Trump, no basta con retirarle la visa únicamente a él: háganlo también con su familia, con sus ministros, con los congresistas de izquierda y con sus candidatos. Porque el verdadero problema es que juntos están hundiendo a Colombia y usando la política exterior como un circo para perpetuarse en el poder.
Y no olvidemos que, detrás de este espectáculo, están los verdaderos problemas que Petro quiere tapar: la corrupción de la UNGRD, la investigación contra su hijo Nicolás Petro, las dudas de su visita a Manta y hasta el asesinato de un candidato presidencial.
Petro no es ningún líder, como quiere venderse. Es un político desesperado por no perder el poder, por conservar protagonismo y, un agitador. Su sueño es tener un ejército que lo siga ciegamente, porque lo que realmente busca no es gobernar, sino destruir las instituciones.
El problema no es la visa de Petro. El problema es que está en juego la dignidad y el destino de toda la nación.