Tres cartas, un mismo mensaje: el Centro Democrático no se divide

En medio del proceso interno para elegir candidato presidencial, el Centro Democrático atraviesa días de tensión pública. Sin embargo, los hechos muestran que, lejos de una fractura generalizada, el partido mantiene una cohesión amplia en torno a su institucionalidad y a su director, Gabriel Vallejo. Las recientes cartas de tres precandidatos —María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Andrés Guerra— revelan el mismo mensaje: respaldo al partido, al proceso y al liderazgo interno.

Mientras tanto, una sola campaña ha optado por un camino distinto: la de Miguel Uribe.

Las comunicaciones enviadas por Cabal, Valencia y Guerra —divulgadas durante los últimos días— comparten un tono común: respeto por las reglas internas, apoyo explícito al directorio y un llamado a mantener el debate dentro de los límites del orden y la transparencia. Ninguno habla de rupturas. Ninguno denuncia persecuciones. Ninguno acusa al partido de jugar sucio.

Por el contrario, los tres precandidatos coinciden en fortalecer el proceso de selección, dar garantías a todos los competidores y cerrar filas frente a los ataques internos y externos que buscan debilitar al Centro Democrático en un año decisivo.

A diferencia del consenso expresado por los demás precandidatos, la estrategia de Miguel Uribe ha estado marcada por acusaciones, victimización y señalamientos permanentes contra la propia organización que aspira a representar. Sus mensajes reiterados sobre supuestos bloqueos, “maquinarias internas” y persecuciones contrastan con la posición unificada del resto de la baraja.

Dirigentes del partido señalan que esta no es una coincidencia. La campaña de Uribe, aseguran, ha operado con un volumen de recursos inusual, una asesoría externa visible y una narrativa calculada que busca instalar la idea de un partido dividido. El objetivo: erosionar al directorio, desacreditar a los demás competidores y proyectar la imagen de que él es víctima de un establecimiento interno que supuestamente teme su candidatura.

Las tres cartas, analizadas en conjunto, permiten identificar un patrón claro: los precandidatos mayores del partido no solo rechazan la idea de fractura, sino que deliberadamente la desmienten. Cabal reafirma el respeto por el proceso; Paloma insiste en la necesidad de preservar las reglas y la transparencia; Guerra enfatiza la importancia del orden y la disciplina partidaria.

Frente a esto, el discurso de Miguel Uribe resulta aislado. No hay otra campaña que acuse conspiraciones internas. No hay otro precandidato que denuncie bloqueos. No hay otro actor que intente posicionar la narrativa del caos.

El contraste no podría ser más evidente: mientras tres voces distintas llaman a la unidad, una sola campaña insiste en sembrar discordia.

A pocos meses de que el partido defina su candidatura, el Centro Democrático enfrenta un dilema: permitir que una estrategia de confrontación interna imponga su relato o reafirmar el consenso que ya se expresa en la mayoría de las campañas.

Las cartas dejaron una señal clara. El partido ya habló. Falta que lo haga su directorio de manera explícita: ¿defenderá la unidad del Centro Democrático o permitirá que el silencio fortalezca al único proyecto que depende del ruido?

Si algo demostraron Cabal, Valencia y Guerra es que la estructura, más allá de las diferencias naturales de una contienda interna, permanece cohesionada. Y que, si hay una campaña que está tratando de fracturar al partido, no es por convicción política, sino por cálculo.

La pregunta ahora es si esa maniobra tendrá eco o si, como señala una frase que circula entre las bases, “el partido no se rinde, y mucho menos frente a quienes quieren dividirlo desde adentro”.